Después de mi pausa musical para dedicarme al mundo audiovisual, descubrí algo inevitable: no podía estar sin hacer música. Era diciembre de 2016 y me encontraba en un momento pleno. Estaba escribiendo como nunca, enamorado, rodeado de amigos, cumpliendo sueños. En un viaje a Piedra Gorda, Zacatecas, apareció en mi mente la idea de crear algo más pop, como si quisiera aprovechar esa suerte extraña que siempre me acompañaba al hacer música en español. Sentía que podía permitirme hacer algo «comercial».
Durante los siguientes doce meses trabajé en lo que se convertiría en Amarillo. Fue un disco escrito bajo el influjo constante de la marihuana. Me quedaba días enteros buscando arreglos, dejando que el tiempo se disolviera en cada nota. Las letras son sencillas —según yo, para conectar con cualquiera—, pero en realidad todas son cartas de amor dedicadas a una relación de aquellos años. Cada canción es una confesión. Hasta ese punto estaba acostumbrado a terminar mis canciones rapidamente, pero pase tanto tiempo enfocado en este disco, detalle a detalle que termine tardandome un año entero en terminarlo.
El 3 de enero de 2018 salió a la luz Amarillo. Para entonces ya no tenía motivaciones comerciales. No pensaba en el dinero ni en la fama de hacer pop; más bien me sentía satisfecho, pleno con el producto final. Fue la primera vez que colaboré con personas externas a mi círculo íntimo: Pablo Barrera fue mi ingeniero de audio y Samuel Treviño, el guitarrista principal. Para mí, era el mejor disco que había hecho hasta ese momento. Lo grabamos en su habitación, con un micrófono que me prestó y que, hasta el día de hoy, sigo utilizando.
Musicalmente, Amarillo tiene una gran deuda con Zurdok. Es, en cierto sentido, mi versión destilada y amable de Hombre Sintetizador. También me recuerda a los Beach Boys, banda que me había obsesionado meses antes y cuya complejidad me inspiraba profundamente ya aun así lograron conectar con las masas. Quizás por eso, mi canción favorita del disco es 1996, porque fue ahí donde descubrí la belleza de los acordes mayores extendidos —Maj7, Maj9, Maj11—. Sentí que se abría ante mí una complejidad musical fascinante.
Debo admitir que gran parte del disco lo construí desmenuzando a otros en la busqueda por encontrar esa receta o formula secreta del «Pop», entre ellos: Beck, Bruno Mars, New Radicals, Keane, Coldplay, etc. Estudiaba sus estructuras, sus giros, como si tratara de absorberlos sin entender del todo lo que hacía. Quizá no comprendía bien qué sucedía en ese momento, pero todo ese aprendizaje inconsciente me guió a darle forma al que, hasta entonces, era mi disco más completo.
Género: Pop Rock

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